1.21.2006

PAPÁ OLVIDA

Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida.
He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una hola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama.
Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo.
Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo.
Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado.
Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con la mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: “¡Adiós, papito!” y yo fruncí el entrecejo y te respondí: “¡Ten erguidos los hombros!”
Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí.
Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso.
¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta.
“¿Qué quieres ahora?”, te dije bruscamente.
Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agostar.
Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.
Bien, hijo: poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre?
La costumbre de encontrar defectos, de reprender; ésta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros.
Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas.
Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza.
Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto.
Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: “No es más que un niño, un niño pequeñito”.
Temo haberte imaginado hombre.
Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro.
He pedido demasiado, demasiado…
W. Livingston Larned

1.02.2006

NO VIVE YA NADIE...

—No vive ya nadie en la casa —me dices—; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.

Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Unicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, por que sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres.

Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza que hay entre una casa y una tumba.

Sólo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras que la tumba se nutre de la muerte del hombre. Por eso la primera está de pie, mientras que la segunda está tendida.

Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa. Las funciones y los actos se van de la casa en tren o en avión o a caballo, a pie o arrastrándose.

Lo que continúa en la casa es el órgano, el agente en gerundio y en círculo. Los pasos se han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón. Las negaciones y las afirmaciones, el bien y el mal, se han dispersado. Lo que con­tinúa en la casa, es el sujeto del acto.
Cesar Vallejo
P.D.- Si alguna vez llegarás a leerlo -como antes-, sabrás que en está distancia absoluta que nos une, habita nuestros pasos llegantes rodeado de silencios...
Paco Fariña


1.01.2006

MOMENTOS

“Recuerdo mi infancia, en aquel día que corría de la mano de Papá. Jamás corrí así de rápido, así de seguro, ... así de amado”.

... desprendiendo el anillo de mis dedos, mi madre reposó sus serenos ojos en los míos y dijo: “Volverás a tener otro”. Luego la sonrisa de una humilde niña brillaba entre la algarabiílla escolar, al también poder exhibir aquel recuerdo de egreso de la primaria.

... estábamos sentados ya en el pupitre mientras mis ojos se humedecían. Por más que lo buscaba el lápiz estaba extraviado, y a pocos segundos de iniciar el examen escolar mi hermano cogió el suyo y lo partió por la mitad.

... al entrar a su casa, volteó la mirada y con su voz calma me pidió que lo esperara. Aquel era un niño muy pobre, pero también el más hábil del barrio, aún así le resultó difícil coger aquella fruta del árbol. Al salir extendió su mano hacía mi, y sentados en el ángulo de una vereda nos pusimos a comer.
Paco Fariña

12.29.2005

HORA CERRO

Algunas veces solemos decir "Las horas pasan tan rápidas", "Este día es de nunca acabar". Lo cierto es que a veces pareciera que los segundos que nos impone el reloj, perdieran utilidad ante lo impredecible de nuestras rutinas -aún con agenda programada-.

Hagamos algo, revisemos estas últimas tres horas del día, de seguro llegaremos a la conclusión que nuestras vivencias en ese lapso, se reduce a dos o tres recuerdos significativos, pues no imagino a si quiera uno decir, he pasado 3,600 segundos bien vividos.

Sin duda las mediciones aritméticas del tiempo, son importantes para alguien que como yo, religiosamente calienta a 4 minutos su cena en el microondas y paga 1 sol la hora de Internet con promoción de 15 minutos adicionales -cliente antiguo-.

Pero también hay otra medición del tiempo que está en función de lo que hacemos y sentimos, muy ligado a ese "yo" animal que llevamos dentro con necesidades siempre insatisfechas, y a esa dimensión colectiva que nos integra a nuestro entorno denominado "Naturaleza".

El reloj nos impone agendas ajenas a nuestro ser natural, satura nuestros tiempos, y nos convierte únicamente en "instrumentos" de producción, olvida que somos seres con inmensas necesidades existenciales.

Tal vez por ello, las antiguas culturas andinas, que hicieron su quehacer en quebradas y cerros, entendieron que "El tiempo es más que la suma ordenada de segundos" Agenda Alterna, intenta rescatar las AGENDAS colectivas que existen en nuestras comunidades, y que intentan recordarnos que después de todo... somos seres humanos...


Paco Fariña